jueves, 13 de febrero de 2014

El trapecio

Subida al trapecio miro la pista con cierta nostalgia. Aún recuerdo los días en que era una simple animadora del espectáculo, aterrorizada por el griterío del público casi más que por los leones. Vestida con un simple body elástico y sin apenas maquillaje, recorría el espacio de la pista anunciando los números, cartel en mano, alzando bien los brazos e intentando ocultar el sonrojo de mis mejillas por la profunda vergüenza que aquello me daba. Sonreí para mis adentros…. Qué cerca en el tiempo y que lejos en el corazón.


No me doy cuenta, pero rememorando tiempos pasados he comenzado a mecerme en mi trapecio, levemente, adelante y atrás, dejando que el aire que se produce con el simple movimiento acaricie mis desnudas piernas. Estoy sola, en la noche del circo, preparando la función del día siguiente. Me gusta la soledad, cuando todo está en silencio y puedo moverme con libertad, intentar las más arriesgadas piruetas sin el estorbo de miradas y de ropa, pues cuando ensayo lo hago semidesnuda. Un culotte y un top justo para contener mis senos, descalza, pelo suelto…. Sí, suelto. Sé que se enreda y a veces me dificulta ver, pero sentir cómo golpea en mi cara hace que cierre los ojos y me concentre en cada movimiento, en cada giro, en cada torsión del cuerpo.


Cambio el trapecio por las cortinas de seda que hemos incorporado al espectáculo. Rojas carmín, como el de mis labios….. ojos oscuros que intensifican la mirada si me digno a fijarla en algún punto más allá de mis cortinas. Me deslizo por una de ellas, las piernas enredadas que sienten cómo la seda las acaricia de principio a fin, hasta tocar el suelo con las puntas de los dedos. Está frío y un estremecimiento recorre mi espina dorsal. Sólo tengo que desenganchar la otra y ya estaré lista para empezar. Las enredo en mis antebrazos, agarrándolas fuertemente con las manos y empiezo un balanceo suave primero, más agresivo después, comprobando cómo a ras de suelo soy capaz de ganar velocidad y de sentir el poder de mi cuerpo formado para jugar con esas cortinas. Porque en definitiva eso es lo que hago: jugar.





Cuando por fin paro estoy sudando, en un estado de semi inconsciencia…. Bah, no puedo seguir, necesito que alguien me ice las cortinas una vez enganchada para probar la postura en ese vertiginoso ascenso hasta el cielo del circo. Voy en busca de Marco, que es el que se encarga de la parte técnica de mi espectáculo. No ando mucho, pues lo descubro en la puerta, apoyado en el vano, con un cigarro a medio fumar. La pequeña luz roja cercana a sus labios es la que me da la pista para saber que es él, pues la luz que entra por la puerta hace que las sombras sólo delimiten su silueta, ocultando lo demás.


-“Marco… ¿puedes…?”


-“Claro”- no me deja terminar. Qué manía tiene este hombre de dejarme con la palabra en la boca mientras me taladra con sus ojos negros de mirada intensa.


Aletea la mirada con un par de golpes de pestaña y ya me tiene embrujada. Bien sabe hacerlo, dejarme ahí plantada con el coño empapado sólo con una palabra y sus penetrantes ojos. Agito la cabeza para librarme de la sensación de desasosiego que me acaba de invadir y vuelvo al centro de la pista, a mis cortinas de seda rojas.


Engancho mi brazo derecho en una cortina, la pierna izquierda en la otra, enredándola hasta tocar mi ingle. Cuando las cortinas ascienden a toda velocidad mi cuerpo se tensa y empiezo a sentir la presión de las cintas en mi cuerpo. Una vez arriba me inclino en posición horizontal y noto cómo me sujetan con fuerza, sin dejarme caer. Con el cuerpo completamente en tensión inicio la maniobra que me hará ponerme cabeza abajo, con el pelo colgando en cascada, enganchada sólo con mi pierna. Ya no pienso en nada, sólo en no caer, en dejar mi cuerpo en vertical, con los brazos buscando la parte baja de la cortina  para fundirme en ella. 


Marco me sonríe desde arriba y me guiña un ojo, como diciendo: “vas bien, princesa”. Así que bajo la vista para buscar el enganche con mis manos cuando veo a Silvio al pie de la cortina. Espero con el corazón encogido a ver qué hace ahí…. Y en seguida lo sé. Agarra la cortina en la que estoy y comienza a moverla en círculos suaves pero firmes, cada vez más amplios y rápidos, lo que me obliga a modificar la postura y enganchar la otra cortina. Empieza el baile entre las 2 cortinas, círculos cada vez más rápidos e intensos sobre mi misma y de repente Silvio suelta su agarre y me deja deshaciendo el camino andado, esta vez girando en el sentido contrario hasta que sé que debo soltarme y en una última pirueta bajo hasta el pie de pista dejando deslizarse la cortina de la pierna que me deposita en el suelo …. No. Miento. En el suelo no… en los brazos de Silvio en una perfecta combinación de velocidad, reflejos y arte que resuelve el movimiento entero de una forma perfecta y tremendamente sensual. 


“Silvio”, pienso para mis adentros mientras estoy colgada de su fibroso cuerpo para no caer y por qué no decirlo, de su mirada que sujeta la mía con arrogante descaro. Al desenganchar mi pierna asida a sus brazos termino pegada a él para no caer. No me atrevo a volverle a mirar, pues es tan atractivo y seguro de sí mismo que hace que una tonta vergüenza me consuma. Así que sigo quieta, pegada a su cuerpo con la cabeza gacha, sin notar que Marco se ha acercado por detrás hasta que siento cómo la cortina que queda a mi espalda se empieza a enroscar en mi cuello. Un tirón delicado pero firme a la vez me separa de los brazos de Silvio para pegar mi espalda al pecho de Marco y notar una fuerte erección entre mis nalgas. Marco aprovecha y con la misma cortina que aprisiona mi cuello ata mis manos a la espalda y es justo cuando siento las manos de Silvio recorriendo mi pecho apenas cubierto de un mínimo trozo de tela. Se me yerguen los pezones al tiempo que empiezo a temblar de deseo, con los ojos aún cerrados, abandonada al placer que sé que me espera. 


Marco no tiene prisa en tomarme. Se detiene en bajarme el culotte hasta los tobillos, dejando que sea Silvio quien me excite poco a poco, como saben que me gusta. Apretándome los pezones, Silvio me besa como sólo él sabe hacerlo. Su lengua caliente y húmeda provoca que humedezca también otras partes de mi cuerpo que Mario, agachado como está, comprueba con sus dedos. Satisfecho, me masturba con suavidad, llevándome in crescendo a una excitación brutal que amenaza con doblarme por la mitad justo en el momento en el que noto su lengua lamiéndome despacio. No aguanto más y abro las piernas para dejarle hacer. Ya lo saben, soy suya y eso se refleja en sus caras de satisfacción y en la rapidez con la que se liberan de su ropa, dejándome jadeante y a la espera, violentamente excitada y sin poder hacer nada por remediarlo. 


“Malditas cintas” pienso para mí.


No sé todavía que mi tortura no ha terminado. Una vez desnudos vuelven a manipular las cintas. Cada uno engancha uno de mis brazos a una cinta, suspendiéndolos por encima de mi cabeza. Repiten la operación con mis tobillos, dejándome alzada en las cortinas de seda rojas, como en un balancín, con las piernas totalmente abiertas y expuesta. Es el turno de Mario, que se coloca frente a mi, me agarra de la cintura y las cintas colaboran  para que me ensarte con su polla enhiesta en un abrir y cerrar de ojos. Se me escapa un profundo gemido y le veo sonreír, mirándome con sus ojos negros y profundos nublados de deseo. Me embiste una y otra vez ante la mirada cada vez más ardiente de Silvio que en una de las acometidas, me frena agarrándome de la cintura. 


“Comparte, compañero” le dice a Mario socarronamente.


“Ok, espera” contesta Mario y desaparece. Al poco noto como las cintas bajan un poco más, dejando mi culo a ras de suelo.


En seguida aparece y pregunta a Silvio: “delante o detrás, compañero?”


Tengo la sensación de que lo que yo diga no va a ser tenido en cuenta en absoluto, así que opto por callar y disfrutar de lo que estoy sintiendo y de lo que está por venir. Silvio no dice nada y se echa bocarriba en el suelo. No entiendo muy bien a qué viene eso hasta que siento cómo, con dedos expertos, Silvio va abriendo poco a poco mi culo. La cabeza me da vueltas cuando Mario, arrodillado, me lame el coño y me penetra con dedos expertos. No pasa mucho para que Silvio cambie los dedos por la punta de un capullo brillante y apetecible que se abre paso dentro de mi con pequeños empujones. El dolor que siento, mezclado con el intenso placer que Mario me está regalando hacen que no diga nada, que me deje llevar y que empiece a gemir violentamente. 

Mario está al tanto de los movimientos de Silvio. Cuando ve que estoy siendo follada por él a buen ritmo y mi receptividad es total, se arrodilla y sin más me vuelve a penetrar. Lo hace con tanta fuerza que grito abriendo mucho los ojos, sorprendida. Pero él no se arredra. Me agarra del cuello y mientras me sigue follando suspendida como estoy en el aire, con la polla de Silvio en mi culo y la suya en el coño, me regala un profundo beso que no ahoga del todo mis gemidos. 


“Dios”. Sentir ambas pollas moviéndose dentro de mi, buscando su propio placer a la vez que me regalan el mío multiplicado por 2 hace que, definitivamente, ese orgasmo que llevaba tiempo pugnando por invadirme lo haga al fin, atenazando mi vientre y saliendo en forma de grito de mi garganta. Un grito prácticamente animal que les lleva a incrementar el ritmo de sus embestidas hasta alcanzar ellos mismos el clímax, Silvio primero, Mario después, acompañando los últimos espasmos que me sacuden con fuerza. 


Nos quedamos los 3 en silencio, jadeantes, sin saber ni querer decir nada, empapados en nuestros mutuos fluidos. Me siento tan plena y tan llena en todos los sentidos que, sinceramente, la actuación de mañana me importa bien poco si todos los ensayos van a ser como este.


4 comentarios:

  1. Un ensayo de lo más completo y erótico... tienes muy buena mano escribiendo. Me gusta!

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  2. Ojala E.L. James hubiera tenido tu estilo, estoy seguro de que no habria dejado la trilogia a medias

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    Respuestas
    1. Gracias! no te creas que no me he planteado escribir en serio, pero soy demasiado perezosa....

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