No recuerdo qué locura nos dio aquella noche de verano. Salíamos ambos del cine después de ver la típica comedia romántica americana e íbamos comentando lo guapa que era la protagonista y lo bueno que estaba él. Poco a poco, la conversación empezó a subir de tono y a volverse más y más tórrida. No necesitamos mirarnos, como nunca nos pasaba, para sentir en las tripas el zarpazo del deseo. El nuestro era un deseo brutal, animal y primario, que nos consumía por dentro cada vez que estábamos juntos. No existía entonces nada más que ese deseo ardiente que teníamos que apagar cómo y dónde fuera.
Esta vez nos pilló en medio de la calle, a la salida de un cine del centro de Madrid. En pleno barrio de Salamanca, sin opciones apenas para escondernos y dar rienda suelta a nuestra pasión. Íbamos andando, cogidos de la cintura, agarrados con fuerza, casi haciéndonos daño. Notaba la sangre golpeándome en las muñecas por la presión que sus manos ejercían sobre ellas, pero no me atrevía a mirarle y decirle nada, porque sabía que en el momento en que posara sus ojos sobre los míos y aflojase la presión que ejercía sobre mis manos y sobre mi cuerpo nos fundiríamos el uno en el otro sin importar dónde.
Nuestros erráticos pasos nos encaminaron a la puerta del Retiro. Y ahí tuvimos nuestra respuesta. La noche invitaba a retozar entre las plantas... ¿por qué no?Entramos como 2 furtivos, trepando a la montaña artificial y dejándonos caer en una de las laderas. Y ahí no hubo nada más ya que él y yo. Tan pronto tocó mi cuerpo el suelo blando de hierba y tierra él se abalanzó sobre mi, cubriéndome de besos, levantando mi falda y abriéndose camino con sus manos a través de mis piernas. Yo me dejaba hacer, mientras me desabrochaba la parte de arriba de mi vestido, para quedar completamente desnuda bajo la luz de la luna. Él paró un momento y me sonrió con esa sonrisa suya tan característica, mordiéndose la lengua... ya sabía lo que venía a continuación y un latigazo de placer hizo que mis caderas se alzaran, como invitándole a jugar.
Con su cabeza entre mis piernas y su lengua jugando con mi clítoris empecé a gemir sin control. Mis manos acariciaban mis pezones, ya durísimos por el frío de la noche. Él no pudo aguantar mucho rato; se incorporó y sacó su polla dura y caliente y me la metió de un golpe. Estaba tremendamente empapada, así que no le costó nada clavármela hasta el fondo, como sabía que me gustaba. Mis caderas se volvieron a levantar como pidiéndole más... y así se lo dije: "hasta los huevos. Métemela hasta los huevos". No pude decir más. El ritmo de la follada era enorme y yo no podía contener mis gemidos. En un momento giré la cabeza y descubrí a un hombre que nos observaba detrás de unos setos. Le sonreí y me agarré al culo de mi acompañante. Con cada embestida gritaba y miraba al intruso, que había empezado a tocarse por encima del pantalón. No apartábamos los ojos el uno del otro.
Ahora se podría decir que también las plantas las riegan por la noche...
ResponderEliminarNo lo dudes....
EliminarNo veas qué calentones con tus fantasías y experiencias, como siempre es un placer leerte.
ResponderEliminarMe alegra que te produzca placer leerme, hasta el punto de calentarte. Lo tomaré como un reto personal, como siempre que juego contigo.
ResponderEliminarBesazos!
Es un honor ser un reto para ti, qué interesante :)
ResponderEliminarEspero que estés a la altura....
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